lunes, 3 de marzo de 2014

Un asunto de fe

Un asunto de fe


"Yo no creo en la acupuntura" Entró en mi consulta con esta declaración como tarjeta de visita. "Soy científico" Que conste en acta.
Quiso decir que era un médico convencional que simplemente solo creía en aquello validado por las estadísticas, como por ejemplo que una pastilla era buena si se produce un resultado en el 70% de las personas frente al 30% de resultados dando placebo. Eso es, en este método científico, el único aceptado como bueno por la ciencia médica.  una diferencia estadísticamente significativa. En la lógica de la ciencia médica, eficaz.
Cualquier tratamiento en el que no se pueda descartar en un estudio la parte atribuida al placebo no vale para nada. "No tenemos evidencia" quiere decir automáticamente que no es eficaz.
Total, que él, como buen científico, no creía.
Pero  sufría de ciática, y los fármacos que estadísticamente debían mejorar su dolor en un 70% no lo hicieron en absoluto, a pesar de que los efectos secundarios hicieron todo lo que se esperaba de ellos.
Mi colega estaba desesperado, pedía, al tiempo de declarar su ateísmo con firmeza, un milagro.
Así que todo se trata de eso, de creer o no creer. Un asunto de fe.
Tampoco era cuestión  de discutir, y le dije que simplemente que sí, que podíamos intentarlo. "¿Duele?" me preguntó con bastante aprensión. "Hombre, al lado de las pruebas que hacemos normalmente en el hospital...." Me miró con más aprensión aún. A ver, las pruebas que hacemos son sagradas, y si duelen, te aguantas, es un pequeño precio. Esto de las agujas es otra cosa.
Una vez con las agujas en los puntos adecuados se relajó, sorprendido de verse así, pensando que aquel no podía ser él. No del todo. En casos de desesperación tenemos derecho a despersonalizarnos y una semana sin dormir es ya una crisis en toda regla.
En la primera sesión, después de relajarse cinco minutos perdió el control. Le llamaron por teléfono, una reunión de un comité de calidad del hospital, no me acordé de explicarle que apagara el móvil. Salió como un huracán a los 15 minutos de estar tumbado, en ropa interior y con cara de pánico, pidiendo a gritos que le quitara las agujas porque  no podía esperar más.
Se las quité mientras corría por el pasillo y se ponía los calcetines, y ante el asombro de mis otros pacientes. Pensé que no volvería más.
Durante dos meses no pensé más en él, pero un día, asomó de nuevo la cabeza por mi consulta "Perdona que te moleste, ¿puedo hablar contigo un momento?" Durante unos segundos tuve miedo de que me fuera a denunciar por negligencia, por mi culpa casi se pierde una reunión superimportante..."¿No tendrás un momento para ponerme otra vez las agujas? Es que me fué realmente bien y ahora parece que empiezo otra vez con los síntomas y la verdad, no me apetece nada que me pongan una infiltración.."
Le puse de nuevo el tratamiento, y esta vez estuvo los veinte minutos en la camilla sin atender al teléfono, creo que hasta se durmió.
Lo que no me acordé de decirle es que realmente no hace falta creer o no creer. A fin de cuentas, esto no es una religión.


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